Ya siento llegar tan tarde en una primera cita. Al fin y al cabo, esta podría haber sido mi primera crónica como Dios manda. Pero llego tarde. Anoche volví a casa rendida (y alucinada, pero eso es otro tema) y va a ser que no. A cambio, les cuento mi jornada de ayer.
El día fue largo. De primeras, madrugón y a celebrar san Jorge. A falta de ganas de nadie por reivindicar, día del Libro. Al menos allí se veían cuatribarradas. Puestecitos oficiales, de garrafón, modernos, clásicos, uno con tres monjas y a dos pasos uno con “líderes de la revolución”. Alguna glamurosa-poeta-historiadora-novelista compartiendo espacio con una “icona” de la modernidad más underground. Tan distintas. Tan iguales. Marketing al fin y al cabo. Y luego nos quejamos los del toro que nuestro mundo es vanidad de vanidades, mercaderío y no sé cuantas cosas más… Conviene salir del cascarón de cuando en cuando y mirar alrededor. Al final, te acabas quedando con lo conocido.
Pese a semejante panorama, como una se conoce los cados acabé volviendo a casa con poesía de Miguel Labordeta y una maravilla de Julio Ordovás sobre Pepe Cerdá. (Tres artistas de aquí. Yo y mi “aragonesismo mal entendido”.)
Amén de los dos libros y sus correspondientes claveles de regalo, llegué a casa con un cartel. En una librería se regalaba la lámina de Unceta que tanto me gusta y tan buen recuerdo me trae: la del lechero, la que está en el café de Levante. Pude mucho, pude poco, también se vino conmigo. Y como no todo va a ser poesía, a punto estuve de hacerme con un manual de crochet que ahora es tan “mega-cool”. No estaría de más darle al gancho para liberarme de tanto Internete. Es relajante y útil. Lo mismo me lío a hacer cojines y quién sabe lo lejos que llego con la industria.
De allí, a la plaza. Y a tomar una cañita vermutera. Overbooking alrededor de los ganaderos. Yo, como Antoñete, bien colocada “hasta en la barra de un bar” y por eso (y porque en invierno prefiero ir de Paradores por mi cuenta que de fincas por cuenta ajena), lejos del overbooking. Los Panchos, también tenían su teoría y yo la sigo: que hay rondas que no son buenas, que hacen daño, que dan pena. Y se acaba por llorar. (O por pagar que a veces viene a ser parecido porque hay demasiado listo suelto).
Una que es modesta y muy sensata se limitó a echar la cañita con la gente del campo. Un placer escuchar a Miguel, Juanito Cid y Paco junto a Carlos Cerdán.
Y llegó la tarde y tras el múltiple minuto de silencio, como si le hubieran dado cuerda a la plaza, me empezó a girar todo. Como si yo fuera Marisol, la vida empezó a ser una tómbola (al coro: “tom-tom-tómbola”). De luz y sobre todo de color (o de colorines, que de todo hubo) Un descalabro para memorizar: 6 toros, 6 varas, 6 hierros… 666. Número del diablo. Y más números, unos 1500 en la plaza. Bastante menos del cuarto (un día de estos me entra “calculeitor” y saco “tablita comparativa” de esas de moda con cifras -con sus decimales y todo- de lo que es cada fracción de entrada, que los hay que dan pena calculando). Entre comprobar quienes me faltaban y los que no echaba de menos, me di cuenta de que alguna de las caras que por la mañana hacía el “rendez-vous” ganadero, no estaban por la tarde. Curioso. Alguno me desapareció al cabo de dos o tres toros… un lío, vaya.
Uno de los que estaba pero se podía haber quedado en casa, fue el que con el primer toro en la arena gritó un “¡Cobarde!” y me entraron las ganas de asesinar. Esta vez la voz fue de varón. A un imbécil que le grita “Cobarde” a un torero, mejor denominarlo “varón”. Lo de hombre, resulta complicado.
A ratos, el carrusel deceleraba. Será por eso que se me hizo largo, muy largo el festejo. Y eterno el Fraile. Y el Guardiola. Y el Osborne. Y el segundo Ana Romero (hay que ver lo que es la genética, unas veces las camadas tan parejas, y otras tan dispares… Como los humanos. )
En la tómbola le toca al que le toca. Y a “Infeliz” le tocó Ferrera. Por infeliz. Un Torrestrella (cielo santo, ¡tiene Domecq!) que se llevó para los “Alburejos” una baldosita que da una fe bastante corta si se compara con lo que fue el toro.
Alberto sacó los boletos bofos. Y Serafín, este año, no se libró de bailar con la más fea. Suertes parejas las del maño y el catalán. Hermanados en ganas y en necesidad de triunfo.
Y ahora viene cuando algún malandrín pregunta “¿a santo de qué viene el título, Pérez?”. Fácil. A santo del señor Solís, que desde su barrerita del 8, ayer dio una lección de saber estar. Porque para ser un señor, además de serlo, hay que parecerlo. Cuando se lleva sombrero, aunque uno se piense que “está mundial” y que le confunden con Morante, hay que descubrirse durante un minuto de silencio y más si cabe cuando se está rindiendo homenaje a un amigo muerto.
De vuelta a casa y tras disfrutar de un buen rato con Antonio, Natalia, Sergio y Noe, no tenía ganas de escribir y apenas sí pude leer. Opté por el libro de Ordovás y en la página por donde lo abrí me encontré con esto:
“La vida es una tómbola, el mundo es un carrusel. Los marcianos seguro que nos envidian.”
Por si me había quedado alguna duda a lo largo del día.
Tú y yo, en todo caso, las Virtudes.
De hermanamientos propiamente dichos no me hables, anda…