¿leyendo esto no os sentis unos primos?
El torero que, contraviniendo este sagrado principio, se acoge a mil resabios escolásticos, a técnicas que disminuyan ese hipotético riesgo asentado sobre el peligro cierto, está obrando contra el propio espectáculo. El toreo debe estar impregnado de verdad, de autenticidad. No sólo es el toro el que debe estar en plenitud, también el espada, el lidiador, debe, en su labor, torear de verdad. Y no lo hace quien se aleja de aquél, quien lo menoscaba merced a triquiñuelas que, aunque engañen al espectador poco avezado, son notorias para otros muchos aficionados.
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